Yo sí sé por qué dan miedo nuestras tetas. Pero, ¿por qué ahora resulta que son de izquierdas?

Los sujetadores dejan profundos surcos en la piel de las mujeres, como heridas de la vergüenza. Vergüenza a que se marquen los pezones bajo la ropa. A que se vean las tetas pequeñas. O grandes. O caídas. A que se muevan bamboleantes mientras caminamos. A que supuren la leche con la que amamantamos a nuestros hijos. A que nos hagan parecer zorras.

Las tetas de las mujeres fascinan a los hombres, pero a algunos también les aterrorizan, como si usarlas para cualquier otra cosa que no sea excitarlos nos fuera a dar poder, haciéndonos de golpe conscientes de lo que somos capaces de conseguir. Enseñarlas es pecado. Por eso nos las censuran en las redes sociales, incluso la mera insinuación de un pezón basta para borrar una imagen. Por eso generan rechazo y vergüenza las madres que amamantan a sus bebés en público. Por eso liberarlas ha dado inicio a tantas revoluciones.

Rigoberta Bandini canta a las tetas y pone a los espectadores y a media España en pie, aunque no al jurado que tendría que haberla llevado en volandas a Eurovisión y hacer universal un himno que se quedará. Menuda oportunidad perdida.

Canta a las tetas poderosas pero también a la sangre, «tú que has sangrado tantos meses de tu vida», a esa regla que sigue siendo azul para que no dé asco. Y las tetas de la Bandini, y su sangre, y el caldito en la nevera -esa inmejorable metáfora del amor eterno de las madres-, siguen molestando. Y resulta que ahora son de izquierdas.

¿Por qué dan miedo nuestras tetas? ¿Por qué Pablo Casado ni se atreve a nombrarlas? Con la de sinónimos que tienen. Seno. Mama. Pecho. Busto. Mirad cuántos sinónimos tenía el líder del PP para hablar de la canción de Rigoberta. Pero no. Casi se le escapa una risita vergonzosa. «… bueno… dicen que… de… una canción… pero vamos… hablando… del… del cuerpo de las mujeres«.